Recuento 32

En aquellos tiempos, cuando no se había inventado el reloj de arena, había oficios que ya no existen. Por ejemplo: veedor de pájaros, veedor de nubes, veedor de árboles, veedor de espumas de mar, veedor de cantos rodados...
Había veedores para cada especie de árbol: veedor de cipreses, veedor de alisos, veedor de plátanos...
Un veedor de plátanos observaba con gran atención cada uno de los dibujos de la corteza del tronco. El color de sus frutos. El olor de su savia. La intensidad de su sombra.
Los veedores trabajaban el tiempo suficiente para jugar, comer y dormir a satisfacción. No tenían que rendir cuentas a nadie de sus observaciones ni sacaban conclusiones. Eran veedores y eso era suficiente. Podían recordar. Podían pensar. Pero no actuaban. Si un veedor de rosas era testigo de cómo el pulgón se comía las flores miraba y dejaba en paz.
Gracias a los veedores sabemos que las cosas existen. Todos tenemos algo de veedores pero hoy es casi imposible encontrar un veedor puro. ¿Había veedores ciegos? ¡Claro que sí! ¡Eran los mejores!

Le revê de l'arbre es un cuento de Chistophe Gallaz y Jean-Claude Götting. El pájaro de trapo ha venido de Japón.