Yo era, ¿soy?, un chico de la calle que vivía junto al Puente de los Gitanos y que ignoraba que éste se llamaba Emperador Augusto. De haberlo sabido es posible que hubiese jugado más a los romanos que al fútbol, pero no fue así. Siempre estaba con mi pelota dale que te pego, bien adiestrando mi zurda, bien echando un partidillo con otros chavales. El Camino del Sábado no estaba asfaltado ni asfalta que hacía. Por allí no pasaba un coche ni por casualidad. La calle era nuestro polideportivo y las más de las veces lo utilizábamos como campo de fútbol, con unas piedras que delimitaban unas porterías de escuadras de aire. A dos por tres la pelota iba a parar al Huerva que, por allí, llevaba mucha corriente. Si no la rescatábamos antes de que se escondiese, como el río, por debajo de la Gran Vía, pelota perdida. ¡La emoción de aquellos partidos ya no la he sentido en La Romareda!