Encarnita es pequeñica, peludica, suavecica y, hace poco, vegetariana. Su dieta preferida era el plátano hasta que probó el otro día la carne de una porción de pizza caprichosa. La súbita transformación de esta mansa criatura en una fiera sanguinaria e insaciable ocurrió en tres segundos. El metabolismo acelerado de Encarnita asimiló al instante los efectos asesinos de la proteína y nada volvió a ser como antes.
Lo último que he sabido de ella es que se ha juntado con malas compañías que se dedican a devorar ovejitas en la isla de El Hierro.
El mal no es solo material. Como decía un pastor al que le habían matado veinte ovejas:
"... no es sólo lo económico, está también lo sentimental".
¡Ay, que solica está Encarnita!