Cristal de caramelo

Nunca se lo dije a nadie, la verdadera razón de que los domingos fuese tan contento a visitar a los bisabuelos era la emoción que me producía la luz que se filtraba a través de los cristales de la puerta de su casa. No de la puerta de la calle Zumalacárregui. De la puerta del zaguán por la que se accedía a las escaleras que nunca tuve que subir porque ellos habitaban el entresuelo. Dos colores: ámbar y verde. Caramelo y menta. Una sensación de plenitud que no requería ninguna explicación. Yo solo pedía tiempo. Que tardasen en abrir la puerta mucho rato para disfrutar de mi mundo. Y eso que lo que me esperaba en el interior era cariño, chocolate y un gato muy juguetón. Recordaba esto, ayer, viendo los vitrales de la catedral de León y, hoy, cuando he pasado por la Calle del gato.