También, al parecer, la Parca debía de quererle porque se lo ha llevado en cuanto ha podido, mucho antes de lo que habría sido respetable. Y el único consuelo es que, precisamente por favoritismo, se lo ha llevado en un chispazo, un infarto fulminante del que no se enteró ni él. Es el gran privilegio de algunos elegidos: no se verá menguar, decaer, buscar las gafas cuando las lleva puestas, ni poderse atar los cordones de los zapatos. Seguirá ya para siempre con su aspecto de senador romano de sonrisa olímpica. Tiene Bécquer aquel verso famoso: “¡Qué solos se quedan los muertos!”. Sucia mentira. Los que nos hemos quedado solos y hechos polvo somos nosotros, los casi vivos.
Fragmento de la Columna de Félix de Azúa titulada Salve, amigo, publicada en El País el 15 de enero de 2019.