Acabo de dar suelta a todos los ciervos que permanecían estabulados en mi escritorio. No quiero más ciervos por este año. En verdad, tampoco por el que viene. Son más de cien los que por aquí han pasado. Ya está bien. Mientras esto escribo, me llama un ciervo y me pide que no sea tan drástico, que espere a fin de año, que viene un primo suyo de las tierras del norte y que quedaría muy bien aquí. No sé, no sé. Creo que este de la foto que habita en los sótanos del Instituto Goya y que es el primero de verdad que vi en mi vida debe ser el fin de esta aventura.