"Nada le turbaba, salvo el recuerdo de lo que había sucedido y un abyecto espanto a que aquello pudiera volver.
Gallo canente, spes redit,
Aegris salus refunditur,
Lapsis fides revertitur,
como cantaban antiguamente en Portugal en el oficio de la mañana. Pero para él, aquella hora del canto del gallo y de los cambios de la aurora habían traído consigo el pánico y la duda perpetua, y un terror tal que cuando pensaba en ello se echaba de nuevo a temblar. No se atrevió a volver a su morada; no podía comer; se sentó, se levantó, anduvo de un lado para otro...
La ciudad se despertó ante él con su animado barullo y el sol trepó hasta lo más alto, pero él continuaba sumido en el malestar -cada vez más profundo- que le provocaba el recuerdo del miedo que había sentido.
A la hora indicada llegó a las puertas del lugar donde había de examinarse, pero cuando le preguntaron su nombre lo había olvidado. Al verle tan trastornado no tuvieron el valor de echarle: le admitieron, sin nombre, y pasó al Salón. De nada sirvieron ni la amabilidad ni los esfuerzos. Lo único que pudo hacer fue quedarse allí sentado, sintiendo cómo aumentaba su pánico, sin escribir nada, ignorándolo todo, con la mente invadida por un único recuerdo: el día que despunta, y el pánico insoportable. Y aquella misma noche cayó enfermo: tenía fiebre cerebral."
Fragmento de "Vivir", textos personales de Robert Louis Stevenson que, en forma de libro, Páginas de Espuma presentará en septiembre.
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