Dictado 001

Una misteriosa señorita vestida de negro se sienta junto a mí en el tranvía. El único color que lleva encima es el de los lomos de tres libros que asoman de su bandolera, también negra. Curiosamente, me ocurre lo mismo: llevo tres libros. Tres pequeños libros de bolsillo. Yo, en la mano. ¡Qué casualidad! Empiezo a hacer suposiciones. Simultáneamente me pregunto por qué no soy más directo y le pregunto lo que quiero saber. Lo hago. La señorita está haciendo el Servicio Social. Tiene a su cuidado una pequeña tropa de chavales de Torrero para la que ha elegido tres libros, de su casa, para hacer dictados. Ella desciende en la parada del Puente del Canal. Yo sigo hasta el cementerio. Abro una página al azar e imagino cómo la leería ella (no sé cómo se llama) a sus pupilos:

"El mar se hace intenso, incomparablemente bello en los parajes desiertos, en los lugares recogidos, en los rincones deshabitados y remotos."

Si vuelvo a coincidir con la señorita de negro le preguntaré si yo también podría ser dictador. No sería mala cosa. Sí, voy a ser dictador. Voy a seleccionar cien textos breves para este fin.