Como las manos, los pies tienen memoria, cicatrices.
Y no es improbable que el hombre de blanco,
mientras su mayordomo, ese Judas,
le quita los zapatos del martirio
y le frota los dedos con verdadero amor,
se acuerde de las botas con las que andaba por las nubes,
aquellas botas que no temían al fango
ni a los lobos de camisas pardas.
Bendita sea la luz,
verdad que enfrenta a los hombres al abismo.
La fe de los pájaros
es la esperanza de los pobres.
Algo ocurre en las montañas de Baviera
que los conejos ya no se esconden de las águilas.
JULIO JOSÉ ORDOVÁS