Peter ha regresado a casa por Navidad. Nadie le ha preguntado nada. Ni siquiera acerca de ese enorme piercing que lleva en la cabeza. Peter, como siempre, se ha subido a un mendrugo, ha metido su mano derecha en el bolsillo del pantalón y ha pasado horas mirando hacia el infinito con esa sonrisa cínica de saberlo todo pero no quererse enterar de nada. Peter, eres bienvenido.