Era de la vieja escuela. Escribía un borrador y luego lo pasaba a limpio. El primero a lápiz. Siempre con un Faber-Castell sobre una agenda caducada que compraba a buen precio en Inocencio Ruiz y que reciclaba como "cuaderno de sucio". El original, a tinta negra Pelikan, que derrochaba una Montblanc Meisterstück despuntada, negra también, sobre un cuaderno de actas que compraba en Quevedo, la papelería de Baltasar Gracián.
Todo se lo llevó con su vida. Todo menos el último borrador que nunca me he atrevido a leer y que permanece en el mismo sitio, la mesa de formica de la calle Calatayud. Laura, de vez en cuando renueva las rosas que siempre ornaban aquel vaso de horchata robado en Casa Mas. Creo que ella sí ha echado un ojo, pero no me dice nada.
Por cierto, esta noche, a las 0:45, "Borradores" en Aragón TV.