Yo tenía seis años pero no tenía bici. Ni madre, en esos momentos. Ella estaba a punto de dar a luz y se quedó en Sevilla. Mi padre, profesor, era director de los Seminarios de Música Antigua de Carmona y me llevó con él. Estábamos alojados en el Parador. Allí, en el patio, que fue cárcel, aparcaba su bici Secundino, el conseje. El hombre más alto, que he conocido, y quien más sabía de pájaros. Él me dijo: "puedes disponer de la máquina (así llamaba a la bici) a tu antojo, pero no me muevas el sillín". Mi estatura no estaba a la altura de las circustancias. Mi tupé no llegaba al nivel del intocable asiento. En un principio me conformé con pasear la "máquina". Después, apoyando mi pie izquierdo en un pedal e impulsándome con el derecho, en tierra, la transformé en un patinete. Un día me caí. Vi unas luces como no he vuelto a ver y se me ocurrió que, si metía una pierna por el cuadro de la bici, podría pedalear con las dos piernas. Una postura un poco rara pero ¡una experiencia alucinante!
http://blogs.elpais.com/love-bicis/2011/04/todo-empezó-con-el-lsd.html#more
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