En una vía muerta de Soria, en pleno pinar, nos detuvimos a fumar, ¡imagina cuánto tiempo hace! Manolo llevaba una china para enriquecer el tabaco y, por lo que supe después, las antenas enchufadas para captar la menor.
La rectilínea sombra de un poste de madera, ya jubilado, del tendido eléctrico marcaba la hora sobre el reloj que nuestro círculo había formado.
El invierno sólo era soportable al sol. Cuando incidió sobre mi la saeta negra, salí de mi sopor, busqué al culpable y vi, a contraluz, los diamantes de la corona de este viejo rey destronado.
Quise trepar para alcanzar el tesoro, pero el colocón me lo impidió. Resignado, balbucí: "volveré por vosotras".
Un día de verano, derretidas aquellas nieves, Manolo "Melenas" se presentó en la terraza de la piscina, vació su macuto sobre el zinc de la caseta del filtro y volcó media docena de jícaras de todos los tamaños y colores. Algunas tan blancas como estas, también libres de servicio, que hoy he visto desde la sala de espera del dentista.