Estamos en la plaza de San Bruno y sobre sus losas se proyecta la sombra de un paraguas.
No es un paraguas cualquiera. Es un paraguas invisible que sólo deja ver sus fantasías,
muñecos colgantes que llueven sobre los niños, tengan la edad que tengan.
Siempre me gusta hacer fotos muy claras, pero esta vez, aunque figura y fondo se confunden,
el atractivo formal de la imagen merece una excepción,
sobre todo si la fotografía la dedicamos a Antón Castro, un hombre excepcional,
con gran talento y generoso. Algo más difícil de encontrar que un paraguas invisible.
A Antón Castro